William Laura
Grupo de Estudio: Representación Política
Instituto Ética y Desarrollo - UARM
Diciembre del 2006
Desde las democracias precristianas hasta las formas modernas adaptadas, la democracia, en los ulteriores modos de producción, parece no tener un camino límpido que caminar. Y no por tener pocas o justas instituciones políticas, sino, porque sus alternados gobiernos, sea cual fuese el régimen que hayan asumido, no advirtieron el crecimiento poblacional y las desigualdades sociales, como formas antagónicas a la representatividad y al pleno ejercicio de los derechos ciudadanos.
Los países que han asumido formas de gobierno democráticas desde hace muchos años atrás, ven realizada, en las instituciones políticas, una fase más de su progreso – progreso, que ha sido totalmente distinto en diferentes realidades socioeconómicas -, a diferencia de aquellos países que recién surgen a la democracia, las instituciones políticas solo han sido medios para llegar al ansiado fin: la vida democrática. Por lo tanto, la democracia no se constituye bajo un mismo patrón de desarrollo y creación. Cabe preguntarse: ¿son las instituciones políticas una forma inicial de hacer democracia, o son solamente elementos constitutivos para desarrollarla y ampliar su horizonte?
Ya en el siglo XIX, autores como el filosofo ingles Locke, partían del supuesto consentimiento de la población (y/o sociedad civil), para el ejercicio del poder político, a aquellos ciudadanos varones que tenían “tendencias democráticas”, cuando en realidad, solo defendían y representaban sus propios intereses personales. No hay nada intrínsecamente democrático en la participación misma: todo depende de quienes participan y en qué condiciones. (1) Similar suposición, sobrevino en el Perú, en los primeros 50 años de vida independiente. Conservadores y liberales propugnaban su ideología (europeizada), primero, en argumentaciones raciales, y luego en la toma de decisión del derecho a voto. Esto, no solo hizo que se formaran movimientos antiindigenistas (por cierto, asumiendo para si, una posición democrática), sino también, una republica sin ciudadanos tal como nos detalla N. Manrique. (2) No es coincidencia entonces, que el propio sacerdote Bartolomé Herrera, fundamentara su pensamiento político en las capacidades recreadas en las relaciones naturales desiguales de los hombres, en donde el más “capaz” tenía el derecho divino de gobernar por Dios.
Además, la llamada poliarquía, solo ha sido un dulce sueño, que los países desarrollados han anhelado siempre alcanzar. Son estos países quienes proclamándose tener las mejores democracias, sólidas y estable, han revolucionado sus estados adoptando políticas de estado: reajustes estructurales (siguiendo las medidas reveladas por el Consenso de Washington), Welfare States, el libre mercado, tratados de libre comercio, etc. Y es que, la brecha es abismal si contrastamos aquellos países de regimenes democráticos de larga data, con aquellos de reciente transito. Por ello son, las grandes diferencias sociales, y la obligación de la sociedad civil de ejercer su ciudadanía casi nula. Sin embargo, en países en vías de desarrollo, la libertad de expresión de los ciudadanos, que requiere la democracia, no ha sido capaz de influir en la agenda política, ni mucho menos en la participación cívica: “la libertad de expresión no solo significa que alguien tenga el derecho a ser oído. Presupone también que alguien tiene el derecho a escuchar lo que otros tengan que decir” (3)
Por otro lado, las instituciones políticas han de estar relacionados e inmersos en un sistema electoral político que garantice, a su vez, elecciones libres, equitativas y frecuentes. Entonces, para adjudicarse un sistema electoral, se tendrá que tener en cuenta sus elementos constitutivos y sus efectos en el contexto histórico e institucional, cuidando de no confundirlo con los organismos electorales.
Finalmente, frente a los puntos expuestos, la vía democrática por donde los países transitaran o están transitando, no vislumbra una luz al fondo del camino, sino inequívocamente, las libertades ciudadanas otorgadas van legitimándose en grupos políticos, contradictoriamente limitándolas, abogando la mentada libertad de expresión, así como, la desorganizada autonomía asociacional.
Notas
(1) Nun, José. Democracia ¿gobierno del pueblo o gobierno de los politicos? “el caso de América Latina”, “Un balance desdichado” y otros fragmentos. Ed. Fondo de cultura económica. México, 2000.
(2) Manrique, Nelson, “Democracia y nación. La promesa pendiente” En Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) La democracia en el Perú: Proceso histórico y agenda pendiente. PNUD: Lima, 2006. Tomo 2. págs. 17-36
(3) Dahl, Robert. ¿Qué instituciones políticas requiere una democracia a gran escala? En: La democracia una guía para los ciudadanos. Ediciones Tauro. 1999, Capitulo VIII. pág. 14.
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